No me gusta la salsa. No me importa la salsa. No me identifico con ninguna de las historias que cuentan, ni experimento ningún tipo de nostalgia cuando suena alguna canción clásica del género. Carezco de vínculo emocional con ella, y más bien siempre ha constituido un poco mi némesis cultural, la imagen de aquello de lo que siempre he querido alejarme.
Crecí aquí en Cali. En un hogar donde no se escuchaba salsa, gracias a Dios. Mi hermano mayor era y es fanático del Rock en sus distintas presentaciones, y lo complementa con música temprana y música del mundo. Mi mamá no tiene nada en contra de la salsa, y de hecho la baila, pero siempre ha preferido la música romántica, la música de la vieja-nueva-ola y Vicente Fernández. Mi papá no vivió conmigo, pero de hacerlo tampoco habría cambiado mucho la cuestión. Siempre le gustaron más los tangos y ahora que es un líder espiritual se va por el New Age.
Para mí la salsa era la música de los vecinos molestos y la de mis compañeros de colegio que no me querían. La que me hacía quedar en ridículo cuando en algún momento la intentaba bailar, porque soy muy ‘amotro’, torpe y nunca entendí la necesidad de estandarizar un baile. Por eso lo que me gusta es azotarme contra lo que sea escuchando At the Drive-In, o dejar que un ritmo hipnótico tipo Crystal Castles o Digitalism le dé libertad a mi ridículo cuerpo de moverse como se le venga en gana. Siempre me pareció detestable el juicio ‘usted no baila bien’ o ‘no sabe bailar’.
Entonces, retomo, para mí la salsa era el sonido del establecimiento. De todo lo que no quería y no podía ser. Acepto que no entendía la diferencia entre salsa mala y buena, e ignoraba la enorme calidad de algunas de sus producciones. Descubriría con los años que habían interpretaciones del género vomitivas, como las del tipo ‘ven devórame otra vez’ o ‘aquél viejo motel’, mientras encontraría otras casi disfrutables, como lo de Héctor Lavoé. Me reconciliaría un poco con lo tropical – porque mi lucha no era sólo contra la salsa – y me gustaría el Son Cubano muchísimo más que la salsa.
Pero la salsa no me gusta. Ni siquiera la buena. Estoy hasta las güevas de Ruben Blades por aquí y por allá. Y de las mismas 4 canciones de siempre, de ‘la ex-señorita no ha decidido qué hacer’ y de que ‘Plástico’ me siga engañando con ese comienzo Funk que me hace pensar que es algo mucho más divertido. Porque ya las audiciones de mi universidad no existen básicamente para otra cosa que no sea la salsa, y toda la gente Cool e intelectual necesita saber bailar salsa, así en su casa escuche Charlie García o Led Zeppelin. Para mí es mucho más cool escuchar Asian Dub Foundation, M.I.A o Vampire Weekend, y podría bailar hasta morir con ellos.
No comparto el imaginario de la salsa. Y no me interesa ser parte de la cultura formada en torno a ella. Hay tanta música sobre la que quisiera adquirir más conocimiento, que al menos por unos cuantos años seguiré despreciando la historia de la salsa. Y ni siquiera siento que por esto vaya en contra de los valores, la tradición cultural -artística y el espíritu colectivo de mi patria chica, porque esta ciudad existió como por 400 años, antes de que importaran este género, así que no jodan con que Cali es salsa y somos salsa.
¡¡¡Notable!!!
ResponderEliminarEsta entrada se la direccionare a xlacoloniax
Yo no escucho salsa, pero si disfruto con la calidad de ciertas interpretaciones y es para mi inevitable sentir nostalgia cuando escucho algunas viejas canciones de salsa. Sin embargo antes que nada el que todo el mundo pueda pensar lo que quiera y pueda gustarle y no gustarle cualquier cosa es para mi lo mejor del universo. Por eso debo decir que es un gran artículo. Y Que viva la música! como dijo alguna vez uno de sus paisanos ilustres.
ResponderEliminarLike! a este post. Porque definitivamente, hay muchas expresiones culturales con las que uno no se identifica y porque si existimos quienes hacemos parte de una cultura sin necesidad de reproducir ciegamente el "comportamiento general" en su totalidad.
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